Derecho del Turismo en las Américas

E l inquebrantable espíritu del ser humano no conoce limitaciones. Hace 500 años que una flota compuesta por cinco naves y 250 hombres zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda, en el sur de España, hacia las pro‑ fundidades del Atlántico. Al frente del buque insignia – la afamada Nao Trinidad –, se encontraba el capitán Fernando de Magallanes. Ni el ilustre portugués ni sus hombres podían imaginar entonces que su aventura cambiaría el rumbo de la Historia para siempre. La idea que llevó a la mar a Magallanes era llegar a las Islas de las Especias, en Indonesia y sus riquezas, tratando de descubrir una ruta por el oeste. Esto no era nuevo, pues ya Cristóbal Colón lo había intentado cuando se encontró por fortuna con el Continente Americano. Sea cual fuere el motivo que llevó a estos aventureros a zarpar y a conseguir finalmente dar la vuelta al mundo por primera vez, lo cierto es que su hazaña develó para la humanidad no un Continente, sino el mundo entero. Se comprobó, entonces, que, tal y como Aristóteles lo había dicho, la tierra era redonda. Se pudo comprobar que la dimensión de nuestro planeta era mucho mayor a la que se creía; se confirmó con claridad que América era un nuevo continente y que lo separaba de Asia un inmenso océano. Así, el viaje de Magallanes comenzó – sin pretenderlo – a concebir un nuevo mundo; uno en el que las fronteras se comenzaron a perfilar de manera paula‑ tina. Hoy, a 500 años de distancia, ese glorioso viaje cobra un significado especial al recordarnos la diversidad que nos distingue y a un mismo tiempo nos her‑ mana. Es el afán por conocer que tiene el ser humano, lo que lleva a viajar, abandonar su hogar y explorar nuevos territorios. Los siglos han pasado, el mundo ha cambiado y el nombre que le damos a esos viajeros es distinto, pues antaño se les nombraba exploradores y hoy, turistas. El nombre cambió, más no el anhelo de conocer y descubrir otras culturas. Justamente, es que el turismo ha

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